(soneto )
Hoy desperté sumida en la congoja.
En mi ventana oí tu voz de llanto
supurando locura y engrosando
tu equipaje de luces y de sombras,
pariendo mil lamentos una y otra
aurora. Tus heridas van curando
selladas como roca a la piel. canto
milenario, cobijo de almas sordas
doctas en sembrar piélago de esquirlas;
saltó aquella arañando mi ventana,
retrocedí, cobarde, mas mi piel
dolorida sangró, sin sangre. Abrí
el ventanal, besé tu faz, bebí
tus lágrimas para entender porqué.