- No se por qué, pero consumo las horas llorando sin motivo aparente y, para colmo de males, me encuentro rodeado de soledad cada dos por tres.
- Pues a mí me sucede algo similar aunque la situación sea distinta; el llanto me rechaza, sonrío con frecuencia y me atosiga la persistente algarabía que me rodea.
- ¿Y cómo crees que podemos arreglarlo?
- A mí me han dicho que no tiene solución porque de otro modo se vendría el mundo abajo.
- ¿Me estás diciendo que cada cual hemos de acarrear con nuestros pesos a la espalda nos gusten o no?
- Te digo, te digo.
- Pues habrá que buscarle una solución.
- ¿...?
- Pues habrá que buscarle una solución.
- ¿...?
- Se me ha ocurrido una idea.
- ¿Cuál?
- Busquemos la parte positiva a cada una de las cosas que nos incomodan.
- Pero eso es muy difícil.
- Depende, todo es cuestión de intentarlo.
- ¿...?
- Dicen que la risa da felicidad y se contagia a los demás, así que cuando tú ríes estás llevando a cabo un acto de generosidad. Y en cuanto al bullicio, piensa un poco; se comenta que la compañía es necesaria y aconsejable porque permite compartir vivencias, entonces no puede ser negativa.
- Tal vez tengas razón, pero... ¿has pensado en los problemas que te acucian a ti?
- No, no lo había pensado hasta hoy, pero puestos a reflexionar he llegado a la conclusión que con mi llanto la tierra y los seres humanos se alimentan y yo también con ellos, así que si no derramase lágrimas moriríamos todos.
- ¿Y qué me dices de tu soledad?
- Pues cuando estoy rodeado de soledad puedo utilizarla para encontrarme a mí mismo y profundizar sobre los valores de la existencia.
- Qué gran razón tienes. Creo que no volveré a quejarme nunca más.
- Yo tampoco.
Calor y Frío tuvieron claro que las reflexiones vertidas en aquella conversación fructificarían. Se despidieron deseándose mutuamente buena suerte.
El aprendizaje de amarse a uno mismo es asignatura obligatoria en nuestro paso por la vida