EL INVENTOR
"La batalla solo se gana segregando al débil", argumentó el desconocido.
Aquella frase dibujó en el entorno muecas de cristal; pensamientos fríos y oscuros; hasta el viento, fiel compañero de sílabas y sonidos, se alejó temeroso de tan ingrata compañía. Un estallido asustó a la oscuridad. Bajo sus pies, añicos de escarcha sorprendieron al silencio.
Las palabras del viajero le arañaron las entrañas de tal modo que no pudo articular vocablo alguno. Él, que durante años y años quiso ser inventor de caricias, de mesas redondas sin diálogo gris, de peldaños sin escalones rotos, de palabras con raciocinio, inventor de la paz; vanos sueños de un iluso. Sus ojos empezaban a distinguir con claridad que las medidas del tiempo no eran estándar, y que los actos humanos no se regían por cánones consecuentes; existían demasiados virus escondidos bajo la piel terrenal.
El inventor arrastró sus pies hasta el refugio dejando al desconocido hambriento de batalla.