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EL CONGOST DE MONTREBEY EN EL PALLARS YUSSÁ- LA NOGUERA, FRONTERA NATURAL ENTRE LAS PROVINCIAS DE HUESCA Y LLEIDA ). FOTOGRAFÍA TOMADA EN JUNIO DE 2014 |
Queridos amigos:
Hoy inicio mi descanso vacacional del blog, aunque durante algunos días continuaré visitándoos. Os deseo a todos vosotros unas felices vacaciones y os dejo este relato que espero os guste. Gracias por vuestra fidelidad, por compartir, por enriquecer mi trabajo con vuestros comentarios y opiniones. Os envío un fuerte abrazo de amistad con el deseo de mantener viva esta línea virtual de comunicación que tanto me llena. Mi intención es publicar nuevas entradas recien iniciado septiembre.
Hasta la vuelta y, de nuevo, GRACIAS.
LÍNEA DE PELIGRO
Con las manos aferradas al volante, como quien se aferra a la desesperación, la desconocida apretó el acelerador emprendiendo un viaje hacia un destino desconocido, huyendo de aquel devastador acoso. Quería interponer entre ambos una barrera infranqueable, pero su pensamiento luchaba envuelto en una telaraña de excesivas dimensiones; el acosador dominaba el centro, sus tentáculos eran fuertes, tan fuertes que parecían inevencibles. La carretera solitaria se convirtió en el eco de su propio temor. Sentía frío y estaba en plena canícula estival, quería llorar sin conseguir que las lágrimas despertaran; una presión le atenazaba el pecho mientras el coche rodaba y rodaba desangrando la piel del asfalto. Atravesó la ciudad perseguida por el acosador. No sabía donde dirigirse, que hacer, como aniquilar su fuerza; lo había intentado todo; ¿y su pensamiento?, ¿qué sucedía con él?, ¿tan incapaz se sentía para derrotar a su enemigo? pensó en el mar, el mar.., el acantilado, el acantilado...
El coche dio un giro cambiando de dirección. La desconocida apretó de nuevo el aceleredor. Sus ojos no divisaban, sus manos no llevaban control, su pensamiento había entrado en fase de shock irreversible. vuelo de pájaro metálico rozando el acantilado, al fondo, el mar. Silencio.., un crujido, otro crujido interminable, de nuevo.., el silencio.
La conciencia permanecía inquieta en su mar de aguas turbulentas. Aquella habitación de paredes blancas y sábanas con perfume de hospital se había convertido en su aliada pero, aún así, una gran dosis de culpa martilleaba su yo de la moralidad. Arriesgó demasiado y estuvo a punto de cruzar la línea de peligro. La próxima vez tendría que controlar mucho mejor sus fuerzas.
- Carlos.., ¿tú...?, ¿dónde...? ¿dónde...?
- Estas aquí, mi amor, aquí conmigo y con...Meritchell.
- ¿Meritchell?
- Hola.
- Meritchell, Merit...
- Sí, María, Meritchelll está con nosotros.
- ¡Oh...Dios mío!, ¿cómo pude...?, ¿cómo pude ser tan egoísta?
- ---
- Perdóname, perdonadme...
- Nada hay que perdonar, nada, mi amor, nada.
- Pequeña, pequeña chiquilla...
- ---
- Ven aquí, ven aquí, dame un abrazo fuerte, fuerte, muy fuerte, muy fuerte...
Y Meritchell, la pequeña de cuatro años apretujó a la desconocida con todas sus fuerzas. Le habían contado que sus papás estaban en un lugar muy lejano que se llamaba cielo, que la veían todos los días desde allí, que la querían mucho, que no podrían volver pero que no estuviese triste. Ella no entendía muy bien por qué tuvieron que marchar tan lejos dejándola sola con aquella señora que estaba malita en el hospital y aquel señor tan cariñoso que le había regalado un gran peluche y le daba muchos besos, y la cogía en brazos, y jugaba con ella a los castillos, y la arropaba por la noche cantándole una canción que se llamaba nana: "duérmete mi niña, duérmete mi bien que si tú no duermes me entristeceré..."
A María, la nueva mamá, se le iluminaron los ojos. Sentía necesidad de regresar a casa para inundarla de todo el cariño que la pequeña Meritchell necesitaba.