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JARDINES ARTIGAS DE GAUDÍ EN LA POBLA DE LILLET ( BARCELONA) |
Queridos amigos:
Tras un largo impás veraniego, regreso a este mi rincón con un breve relato que espero sea de vuestro agrado. A todos vosotros mil gracias por estar y compartir. Poco a poco iré reincorporándome, visitándoos y comentando esos trabajos vuestros que para mí se convierten siempre en una gran fuente de aprendizaje.
Un abrazo
LIBRO DE LA VIDA
Como cada mañana y desde hacía varios meses, el joven de aspecto taciturno y descuidado tomó asiento en el banco de piedra junto al longevo caballero que, como de costumbre, entretenía su tiempo con la lectura de aquel libro que tan familiar era ya para los ojos del muchacho que no alcanzaba a comprender por qué, día tras día, las hojas de aquella novela se mantenían férreamente inmóviles. Siempre la misma página, el mismo interés aparente. ¿Qué misterio contenían semejantes líneas para que impidiesen al anciano avanzar en la trama de la historia?
La curiosidad llegó a superar tanto al muchacho que, a pesar de su patológica timidez, decidió echarle reaños a la cuestión y preguntar al longevo señor lo que tan intrigado le tenía.
- Caballero, dígame; ¿ por qué siempre le veo leer esa misma página?, ¿hay algo en ella que le impide continuar y que le hace perder el tiempo de forma tan incomprensible?
- Querido jovencito, la pregunta se la tendría que formular yo. ¿no será que es usted quien ha dejado de lado su tiempo?
- ¿Có...como dice...?
- Observe. observe a su alrededor sin miedo y dígame que ve.
- El atribulado joven hizo lo que el anciano le aconsejó y su respuesta sonó entre dubitativa y temblorosa.
- Na...nada, no, no veo nada.
- Usted mismo ha contestado a su pregunta.
El viejo lo miro fijamente durante unos minutos; acto seguido extendió sus manos entregándole el libro.
- Permita que le ofrezca este volumen que tanta curiosidad le produce. Es suyo, y le aconsejo que lea sin prisa, pero, sobre todo, lea, lea, lea sin abandonar.
Cuando el muchacho se disponía a dar las gracias, el anciano, milagrosamente, habia desaparacido del lugar. Miró en derredor suyo intentando localizarle, pero nada, era como si la tierra se lo hubiese tragado. Cerró los ojos por un momento, apretujó el tomo contra su pecho. Una extraña, pero sublime sensación se apoderó de él. Abrió de nuevo los ojos, volvió a mirar a su derecha, a su izquierda, delante, detrás, y se dió cuenta que la vida, después de tanto tiempo, empezaba a despertar de su letargo. Se alejó sintiéndose dueño y señor de aquel preciado regalo y con una convicción inalterable, acariciar y disfrutar de su historia hasta el fin.